Plinio el
Viejo, Historia Natural VII 22: informaciones transmitidas por los embajadores de
Taprobane acerca de su isla.
Taprobane
se ha pensado durante mucho tiempo que era otro mundo, por su apelativo de
Antíctones (“las tierras opuestas a las nuestras", es decir, las antípodas). La
época de Alejandro Magno y sus hazañas demostraron claramente que era una isla
(...). Pero nosotros hemos tenido información más precisa durante el principado
de Claudio, al haber llegado incluso unos embajadores de esta isla.
Esto
sucedió de esta manera. Un liberto de Annio Plócamo – el cual había arrendado
del fisco el impuesto del Mar Rojo -, (...) fue arrastrado a Taprobane;
instruido en la lengua del país durante seis meses gracias a la benevolente
hospitalidad del rey, le fue dando noticias de los romanos. Entre las cosas que
escuchó le sorprendió la equidad del pueblo romano porque, en el dinero
aprehendido, los denarios eran de igual peso, aunque las distintas efigies
indicaban que habían sido acuñados por varios emperadores; inclinado hacia
nuestra amistad por estas razones, envió a Roma cuatro embajadores (...). Ellos
mismos narraron que los habitantes de Taprobane excedían la talla normal entre
los hombres, tenían el cabello rojo y los ojos azules (...). Los embajadores de
Taprobane decían que sus recursos eran mayores, pero que entre nosotros había
un disfrute mayor de las riquezas (...).
Si
el rey de Taprobane comete algún delito es condenado a muerte (...). Las
fiestas las pasan cazando y consta que la caza que más les agrada es la del
tigre y elefante. Cultivan con esmero los campos, no sacan provecho de la vid y
tienen frutos en abundancia (...). La vida de los hombres con cien años la
consideran corta”.
(Trad. Mª Luisa Aribas)
Diodoro, Biblioteca
Histórica II 55-60: relato fabuloso
de Yámbulo acerca de su aventura en Taprobane.
“Yámbulo
cuenta que al acercarse a la isla unos indígenas se acercaron y arrastraron
hasta la orilla su embarcación. Los habitantes se reunieron, atónicos, al ver a
los dos extranjeros. Los trataron con mucha amabilidad y les dieron lo
necesario. Yámbulo notó que los nativos de la isla eran muy diferentes a los
demás seres humanos pues sus cuerpos son extraordinariamente flexibles y
delicados, pero más vigorosos que los nuestros (...). Sólo tienen vello en las
cejas y en la barba. Destacan por su belleza y sus proporciones perfectas. Su
lengua es muy peculiar pues en un determinado trecho está dividida en dos,
(...). Por consiguiente son capaces de hablar a la vez con dos interlocutores:
con una sección de la lengua hablan con uno, y mediante la otra, con el otro.
El
clima de esta tierra es bastante templado, teniendo en cuanta que viven en el Ecuador.
Por ello los frutos maduran en su tierra durante todo el año.
Viven
reunidos conforme a su parentesco en grupos no superiores a cuatrocientos. Pasan
el tiempo en los prados, dado que el suelo ofrece muchísimas cosas para el
sustento debido a la fertilidad de la isla y a lo benigno del clima. Poseen un
arbusto cuyos frutos se dejan en agua templada, luego se amasan y se convierten
en panes dulcísimos.
Hay
fuentes por doquier beneficiosas para la salud. Entre ellos la cultura, en
todos sus aspecto, florece; en especial la astrología.
Los
habitantes son extraordinariamente longevos pues llegan, en su mayoría, a los
ciento cincuenta años sin padecer ninguna enfermedad. Si por azar alguno queda
mutilado o adquiere alguna tara, en virtud de una ley inexorable, le obligan a
quitarse la vida. Tienen la norma de vivir hasta una edad preestablecida y, una
vez cumplida, mueren de forma peculiar: van a tumbarse sobre una planta
especial y allí se deslizan hacia el sueño de la muerte.
No
practican el matrimonio sino la comunidad de mujeres y los hijos que nacen los
crían como pertenecientes a todos y, por ello, los aman a todos en igual
medida. De esta forma no se desatan conflictos y viven en concordia.
En
cada grupo el más anciano ostenta el poder, pero cuando cumple los ciento
cincuenta años y, de acuerdo con la ley, muere, el siguiente en edad asume el
poder.
Durante
los banquetes y fiestas se cantan himnos a los dioses, sobre todo, al Sol, del
que reciben el nombre las islas.”
(Tomado de Canfora, Luciano, El
viaje de Artemidoro, La Esfera de los Libros, Madrid, 2010, pp. 160-163).