Por raro que parezca no se nos han conservado mapas
originales de la Antigüedad a pesar de que los hubo. La muestra más
representativa de la cartografía de la Antigüedad es la Tabula Peutingeriana,
pese a que no es original. Podemos señalar otros ejemplos pero siempre serán
fragmentarios o poco representativos e, incluso, de dudosa autenticidad.
Sabemos
que los romanos usaban mapas a través de sus propias noticias. Así por ejemplo,
Ti. Sempronio Graco presentó en el templo de Mater Matuta un plano de Cerdeña
en el que explicaba sus operaciones durante la conquista de la isla (Liv. 41,
28). Varrón también nos habla de un mapa de Italia pintado en la pared del
santuario de Tellus (Varrón, De res
rustica 1, 2, 2) (ejemplos citados por O.A.W. Dilke, Greek
and Roman maps,1985, p. 157).
La geografía era un elemento indispensable en la
explicación de los textos que hacían los gramáticos por eso hay que suponer que
en las paredes de sus escuelas había mapas tal como nos indica el testimonio de
la escuela de retórica de Eumenio en Augustodunum (Autun), (Geographi Latini, ed. R.A.B. Mynors, Oxford, 1964) que seguía el modelo de
Agripa, o el ejemplar de Constantinopla de la época de Teodosio (Anónimo, División de la esfera terrestre, 27).
No obstante, según el profesor F. González Ponce, la cartografía antigua presentaba notables diferencias respecto a la actual:
- Unidimensinalidad: el espacio se concebía siguiendo la dirección del camino.
- Relatividad y subjetividad: el espacio se concebía en función de una experiencia, un viaje real y no en función de coordenadas. Ningún accidente representado en el mapa tenía, por tanto, un valor absoluto.
Esta concepción del espacio hará que en la Antigüedad predomine el interés por las descripciones geográficas verbales sobre las ilustradas (picta). La concepción del espacio cambiará a partir del uso de la brújula al final de la Edad Media (F. González Ponce, De Ciencias y de Letras: los mapas de ayer y de hoy a debate, conferencia pronunciada el 8-4-2015 organizada por la Sociedad de Estudios Clásicos, Zaragoza)
No obstante, según el profesor F. González Ponce, la cartografía antigua presentaba notables diferencias respecto a la actual:
- Unidimensinalidad: el espacio se concebía siguiendo la dirección del camino.
- Relatividad y subjetividad: el espacio se concebía en función de una experiencia, un viaje real y no en función de coordenadas. Ningún accidente representado en el mapa tenía, por tanto, un valor absoluto.
Esta concepción del espacio hará que en la Antigüedad predomine el interés por las descripciones geográficas verbales sobre las ilustradas (picta). La concepción del espacio cambiará a partir del uso de la brújula al final de la Edad Media (F. González Ponce, De Ciencias y de Letras: los mapas de ayer y de hoy a debate, conferencia pronunciada el 8-4-2015 organizada por la Sociedad de Estudios Clásicos, Zaragoza)
Mapa de Pomponio Mela según Petrus Bertius (s. XVI) |
Podemos citar, como restos conservados de mapas antiguos, los
siguientes: el contenido en el papiro Artemidoro (de dudosa autenticidad), el
mapa del escudo de Dura-Europos, representando el Mar Negro, la Forma Urbis o plano de Roma y el
catastro de Orange.
EL PAPIRO
DE ARTEMIDORO ¿EL PRIMER MAPA DE ESPAÑA?
El papiro Artemidoro contiene el mapa ilustrado de
Hispania más antiguo. Este hecho lo convierte en excepcional pues es el único
plano de toda la Antigüedad clásica encontrado en un manuscrito. Data del s. I
a. de C. y contenía el íncipit del segundo capítulo de la Geografía de Artemidoro de Éfeso, obra perdida. El texto contiene
150 líneas de texto y unas cuarenta en mal estado y un mapa de treinta
centímetros de alto que reproducía la Bética con buena calidad. Posteriormente
el papiro fue utilizado por un estudiante como álbum de dibujo para ejercitarse
con dibujos de animales reales y fantásticos y estudios de cabezas, manos y
pies. Finalmente el papiro fue utilizado para confeccionar una máscara
funeraria, costumbre muy habitual. A tal fin se troceaba el papiro y se
convertía en cartón piedra que serviría como armazón de dicha máscara. Podemos
afirmar, por tanto, que este papiro tuvo tres vidas.
Fragmento del Papiro de Artemidoro (s. I a. de C.) según Ernesto Ferrero, La increíble historia del papiro de Artemidoro, Nabla Ediciones, Barcelona, 2007. |
No fue hasta 1998 cuando el profesor Galazzi
descubrió el contenido de la máscara. Posteriormente fue restaurado en 2004 con
tecnología muy avanzada.
El
tratado de Artemidoro se abre con una reivindicación de la labor del geógrafo
cuyo rigor debe ser, como mínimo, similar al de la filosofía. Después inicia el
tratado propiamente dicho, señalando que aquella tierra es Iberia o Hispania y
que está dividida en dos provincias bajo la autoridad de Roma. La primera se
extiende desde los Pirineos, que dividen la Galia de Iberia hasta Cartago Nova
y las fuentes del Betis; la segunda comprende el territorio hasta Gades y toda
la Lusitania. Artemidoro también delimita las costas ibéricas en su vertiente
oriental y occidental. A continuación, indica la distancia en estadios (177 metros ) que separa
las ciudades costeras más importantes.
Por
desgracia, pocos años después, Luciano Canfora en 2010, en su libro El viaje de Artemidoro, demostró con
argumentos textuales y de todo tipo que el manuscrito es una falsificación de
un conocido estafador griego del s. XIX: Simonidis.
Pero
la historia no acaba aquí dado que en 2011, M .Rathmann ha vuelto a reivindicar la
autenticidad del Papiro Artemidoro pues, según este autor, “sobre una amplia
base de una gran evidencia, este Papiro puede ser considerado como un texto
auténtico del s. I a. de C.” (M. Rathmann, 2011, “Der Artemidorpapyrus im
Spiegel der Forschung”, Klio, 93, p.
368). Rathmann sugiere que el autor de este epítome, tras dibujar la costa de
Iberia y describirla en las columnas de texto IV-V decidió abandonar el
proyecto al ser incompatible con la descripción del interior de Iberia. Una de
las pruebas que esgrime para probar la autenticidad del Papiro es la aparición
de hitos (miliarios, columnas con base cilíndrica) en el sector noreste de la Península
(entre el Ebro y los Pirineos) y que pueden relacionarse con los seis miliarios
conservados en esta zona cuya datación, que se sitúa en el 110 a . de C., coincidente con la época de la actividad de Artemidoro. (Ibi, pp. 364-367).
Distribución de los hitos republicanos en la Penísula Ibérica (M. Rathmann, 2011,
“Der Artemidorpapyrus im Spiegel der Forschung”, Klio, 93, p. 366). |